Matemáticas y poesía

19 de Mayo de 2017

Al alcalde de Lucena, Juan Pérez Guerrero, le debo mi amor a las matemáticas. Siempre que puedo se lo recuerdo y siempre que puede comunica a quien esté presente que fui su alumno en bachillerato. Este momento volvió a darse en la presentación del número 28 de la revista Saigón en Lucena y, ante el comentario de algunos asistentes acerca de qué relación pudieran tener las matemáticas con la poesía, respondí que mucha, especialmente en la Grecia clásica, con el recuerdo puesto en algunos versos de la Antología Palatina, uno de los grandes compendios de poesía breve griega desde época clásica a la bizantina. En ese momento me falló la memoria, pues siempre llevo conmigo este poema-problema anónimo:

 

El rey Creso ha consagrado seis copas,

seis minas en total.

Cada vasija pesa un dracma más que su vecina.

 

Para resolverlo, hay que conocer el dato de que una mina son cien dracmas. Pueden pensarlo, mientras continúo con este artículo.

Y lo cierto es que esto no es algo aislado, porque cualquier aspecto de la ciencia también tuvo cabida en la poesía desde Grecia. Al escribir la reseña al poemario La Flor de la vida de Heberto de Sysmo, quise comenzar con un breve recorrido de la poesía por el mundo matemático y científico, porque el libro de Sysmo que he citado es un ejercicio matemático-poético muy logrado.

Así, en dicha reseña, comentaba que Aristóteles afirmó en la Poética que se llamaba poesía épica a lo que se expone en verso, «sea un tema médico o sea un tema físico, […] mas nada tienen en común Homero y Empédocles, excepto el metro», pero el primero es el poeta que bien conocemos y el segundo, el filósofo de las cuatro raíces (que después daría lugar a los átomos). También hablaba de que el romano Manilio en el primer libro del Astronomicón (el más astronómico de la obra) expone en verso que la Tierra es una esfera y determina su eje; también, entre otros asuntos, habla de las constelaciones de cada hemisferio e indica que la Osa Mayor permanece inmutable en el cielo, y añade unas palabras sobre el movimiento del sol alrededor de la Tierra (la rotación geocéntrica). Citados equivocadamente en Alandalús cuando quería decir oriente, mencioné de la India el Aryabhatiyam de Aryabhata, que presentaba varios aspectos matemáticos en verso, y en persa la obra de Omar Khayyam. A continuación, daba un salto en el tiempo hasta el Renacimiento, en el que encontramos a Tartaglia exponiendo en verso la solución a algunas ecuaciones cúbicas; en el Barroco John Milton alude a la reducción de los metales en El paraíso perdido y en el Romanticismo Goethe elabora un tratado de botánica en el poema «La metamorfosis de las plantas»… Y me he dejado muchísimo atrás, porque no es mi propósito agotar el interés de quien me esté leyendo.

¿Y en España? Poquísimo que decir hasta finales del siglo XIX: en el XVIII, Diego Torres y Villarroel, cuya vida noveló, obtuvo la cátedra de matemáticas en Salamanca tras más de treinta años vacante. En el mismo XIX, Fernández Shaw escribió una «memoria» titulada Relaciones entre la ciencia y la poesía y hay algún ejemplo más que no voy a citar.  Como he indicado unas líneas más arriba, a finales del siglo XIX o en el siglo XX hay una poesía unida a la ciencia con autores como Francisco García Olmedo, Assumpció Forcada, José Florencio Martínez, Clara Janés, Rosa Fabregat, Andrés Neuman y Agustín Fernández Mallo, entre otros nombres.

Una vez demostrada que siempre ha habido relación entre ciencia y poesía, resuelvo el poema de la Antología Palatina citado arriba: la de menor peso tiene 97,5 dracmas y la de mayor, 102,5.

Manuel Guerrero Cabrera

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