"Una historia que sucedió en Lucena", por Manuel García Fernández de Villalta

11 de Julio de 2022
 La ermita de Dios Padre, vinculada con esta historia de amor en la Lucena del siglo XVIII
La ermita de Dios Padre, vinculada con esta historia de amor en la Lucena del siglo XVIII

Voy a hacer un breve viaje por la historia. Para ello me voy a situar en el siglo XIX, cuando los Fernández de Villalta (familia con buena reputación y plebeya) llegaron a Lucena procedentes de la vecina localidad de Cabra. Fue gracias a Don Francisco de Paula Fernández de Villalta y Curado, que contrajo matrimonio con la lucentina Doña Josefa Ramírez Castillo, formando una familia prolífica.

De ella nació mi bisabuelo, Don Juan Fernández de Villalta y Ramírez, que por la gracia de Dios, para lo bueno y para lo malo, se enamoró de una lucentina llamada Dª Concepción Curado Serra. Se casaron a muy temprana edad y compartieron 18 años de vida juntos, ya que Doña Concepción; que era una gran mujer, falleció de forma prematura.

Gracias a ella emparentó con lo más alto de la sociedad lucentina del momento, los Curado y los Bruna, y compartieron sus años de matrimonio en la casa que fue de los Gil Guerrero (posteriormente Valdecañas).

Ahora me situaré en el siglo XVIII, donde se desarrolla la historia de la protagonista de esta narración, que es la abuela de Doña Concepción.

Existió en Lucena una notable familia, la de los Bruna. Durante el primer tercio del siglo XVIII su vivienda se encontraba en la calle El Agua, en una casa solariega contigua a la ermita de Dios Padre. Don Luis Antonio López de Bruna construyó una capilla en la ermita de la Santísima Trinidad de Dios Padre, donde fue sepultado y así vinculó esta ermita a su familia. Doña Luisa Navarro de Bruna es la protagonista de esta triste historia de amor.

Doña Luisa recibió una gran educación y formación por parte de su madre, Doña Amparo. Pero los planes de Dios fueron que se enamorase de un militar llamado Joaquín Serra Asensio (oficial de los reales ejércitos) con quien contrajo matrimonio a pesar de la negativa de su familia. En aquellos tiempos de las Guerras Carlistas la madre temía por su hija uno fue suficiente la negativa a ese matrimonio de toda su familia, capitaneada por Don Francisco de Bruna y Ahumada, su miembro más relevante, llegando a ocupar el cargo de Teniente de Alcalde del Real Alcázar de Sevilla durante un largo periodo de tiempo. Muchos lo catalogan como el personaje más influyente de la segunda mitad del XVIII en Sevilla, donde llegó a ser conocido como "El Señor del Gran Poder".

El Sr. Bruna trato de hacer lo imposible para que Doña Luisa no se casara con el militar, llegando a pedir ayuda al Rey Carlos III e invitando a su sobrina a residir en un convento o incluso en su vivienda de los Reales Alcázares de Sevilla.

Finalmente Doña Luisa pudo casarse con Don Joaquín Serra y tuvieron que marcharse de Lucena con la pena de que su familia no quería saber nada de ella.

Tras de varios destinos, el militar fue trasladado a Mahón. Allí su esposa enfermó de gravedad y falleció llevándose a la tumba el dolor de la incomprensión de su familia y sobre todo de su madre.

Su marido, ya viudo, quiso demostrarle a su suegra que su mujer no la había olvidado nunca, y dispuso que tras su muerte se le sacase el corazón y se enviase a Doña Amparo a Sevilla, donde estaba residiendo, cumpliendo el militar la voluntad de su esposa y la última prueba de amor de su hija.

La madre, al recibir el corazón, rota de dolor por el gran error cometido contra su hija, emprendió viaje a Lucena, para enterrar el corazón de su hija en la ermita de Dios Padre. Y allí se colocó bajo una lápida de mármol donde se podía leer: "Aquí yace el corazón de doña María Luisa Navarro, traído desde Mahón hasta Sevilla por su viudo Don Joaquín Serra y depositado por su madre en el panteón de sus mayores. Sus hijas piden a los fieles rueguen una oración por su alma. D.E.P"

Lamentablemente, comportamientos como los que se desarrollan en esta triste historia se pueden apreciar aun en pleno siglo XXI, aunque cada vez, gracias a Dio son minoría.

Manuel García Fernández de Villalta

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