"Mi padre", por Antonio Maíllo Cañadas

17 de Agosto de 2018
ANTONIO MAILLO
ANTONIO MAILLO

El pasado 11 de agosto falleció mi padre. Pierdes a un padre y la vida sigue; se va tu padre y, a pesar de haberlo disfrutado hasta una edad previsible, sientes que no es suficiente el tiempo compartido. Racionalizas y te convences y resignas, pero las emociones no entienden de deterioros, sino de complicidades, de apegos. "La gente piensa que los hijos son de un día. Pero tardan mucho. Mucho", decía Lorca. Los padres tampoco son cosa de un día. Y nada importante tienen que hacer para que los sientas fundamentales en tu vida.

"Mi padre es el enlace con la tierra: es Lucena, la infancia dependiente, la primera vez de tantas cosas"

Mi padre es el enlace con la tierra: es Lucena, la infancia dependiente, la primera vez de tantas cosas: era la sesión de cine de los domingos en el Palacio Erisana, donde El Mudo te partía la entrada como pasaporte a una tarde fascinante e inolvidable; era la visita antes a Raimundo, para surtirte de monedas de chocolate y caramelos; era años más tarde ir al futbol a ver el Atlético Lucentino Industrial, con ese apellido que interpelaba a un orgullo comunitario de despegue económico no siempre equilibrado: había que ir bien agarrado de la mano para evitar ser arrastrado por una multitud que empujaba, y contemplabas divertido cómo era una táctica inteligente en algunos para entrar gratis; era la fascinación observando las conversaciones de los mayores, personajes que parecían formar parte de un escenario que solo veías en esos momentos y desaparecían: mujeres y hombres pacíficos que perdían el oremus en la agitación futbolera de un Lucentino-Egabrense que era el Barça-Madrid de la subbética.

Lo que sucede en la infancia siempre es esencial: todo se revela como si así hubiera sido desde siempre, aunque no sea más que un momento coyuntural. Pero cuando lo descubres deviene eterno. Los amigos de ese momento son amigos para siempre, les guardas un respeto reverencial, indeleble. También los amigos de mi padre eran de siempre y para siempre, y nunca se olvidan, como los lugares donde recorren su vida, que se convierten en míticos aunque no los conocieras -los partidos radiados de su juventud en La Montillana-, otros que ya no están como El Compromiso -no he visto nunca nombre más bello para un bar-  o aún presentes como el Bar Jardín y las juergas en sábados interminables… Eran los tambores enlutados y los ensayos en un garaje de la calle de los Maristas, antesala de miércoles santos de tambor solemne y sobrio, compensado por la genial comilona posterior. Era su taller de cuero donde ibas a trabajar en verano y en el que descubrías las relaciones sociales, a personajes sin escrúpulos y también a gente -los más- respetuosa y grandiosa. Era reconocerte en la comunidad como el hijo de Maíllo "el talabartero". Era el respeto a mi decisión de estudiar esa "extravagancia" de Filología Clásica en lugar de Derecho como siempre le había anunciado; como incómodamente respetuoso asistía a mi incipiente compromiso político "en el otro lado", solo tranquilizado por la figura respetada del médico comunista, mi maestro Don Juan Luna Delgado.

"Lo que sucede en la infancia siempre es esencial: todo se revela como si así hubiera sido desde siempre, aunque no sea más que un momento coyuntural".

La despedida de tu padre se convierte en recuerdo -de "re-cordis" regresar al corazón- y permanece vivo, creo que era Aristóteles quien lo sugirió, en la medida que se mantiene en la memoria de los demás: en su bonhomía al decir de sus amigos; en su sonrisa y capacidad de escucha, al decir de los míos. Y no hay recuerdo más inconmensurable que la mano que te lleva a descubrir, la que te dirige y te protege, también la ausente en una generación de padres esclava en demasía del tiempo que le tocó vivir.

Por eso el hilo de los padres es el hilo del territorio que habitaron, la gente que acompañaron y el agarre al lugar donde se configura una personalidad que después vas derramando por donde la vida te lleva. Es la de una Lucena que ya no existe, pero que, como mi padre, permanece en el recuerdo aunque ya no esté. Que la tierra le sea leve.

Antonio Maíllo Cañadas es Coordinador General de Izquierda Unida de Andalucía.

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