Opinión: "La mueca del inquisidor", por Manuel Delgado Gómez

"El obispo de Córdoba considera que, tras una primavera en la que han aumentado los ataques a homosexuales, en un mundo en el que cada vez se legisla más en contra de los colectivos LGBTI, lo mejor es creer que las ideologías son inútiles y peligrosas para la doctrina y moral católica"

25 de Agosto de 2016

Normalmente cuando se escribe un artículo de esta naturaleza se suele aludir a frases concretas o situaciones específicas de la Biblia. Acudir a la doctrina del cristianismo para criticar la actitud de los representantes de la Iglesia Católica es una pérdida de tiempo: siempre van a saber más que uno mismo sobre el tema, para eso están versados en las enseñanzas de Cristo. Por ello, para llevar a cabo lo que pretendemos, nos tendremos que centrar en otras cuestiones.

Bien es sabido que el obispo de Córdoba ha vuelto a hacer de las suyas lanzando polémicas acusaciones contra la llamada «ideología de género». También es sabido que en el pueblo de Lucena las cofradías están acudiendo al auxilio del obispo defendiendo su opinión. Es bastante respetable y también natural, puesto que, aunque no forman parte del cuerpo institucional de la Iglesia, las cofradías están dentro de las agrupaciones que conforman la mitología católica y ayudan a la realización de sus cultos. Es cierto que también realizan una acción social de ayuda a los oprimidos y a los discriminados.

Expuesto todo esto, no cabe sino preguntarse cuál es el motivo del revuelo. El obispo de Córdoba considera que, tras una primavera en la que han aumentado los ataques a homosexuales, en un mundo en el que cada vez se legisla más en contra de los colectivos LGBTI – no hace falta nada más que observar en Rusia lo que ocurre –, lo mejor es creer que las ideologías son inútiles y que cualquier intento de las mismas es sólo una forma de desestabilizar el sistema. Y no solamente que son inútiles, sino que además son peligrosas para la doctrina y moral católica.

Puedo entender que, tras haber formado parte de regímenes totalitarios y haber apoyado dictadores – además de haber aplastado a la teología que velaba por los débiles – y haber subvencionado Golpes de Estado durante todo el s. XX, a la cabeza de la Iglesia Católica y sus filiales le cueste cambiar su posición y ponerse en el lugar del débil; sin embargo, les exhorto a reconsiderar su posición y mostrarse abiertos a observar quiénes son los nuevos oprimidos. Desde luego, no son ustedes. Los cofrades hablando de «linchamiento» y «acoso» al obispo no saben lo que es el acoso. Acoso es lo que sufren día a día las personas que pertenecen a los colectivos LGTBI, los que no pueden vivir una vida normal porque el resto de la sociedad piensan que no son algo natural. Eso es acoso. Linchamiento es cuando se producen palizas a homosexuales por el mero hecho de ser homosexuales. Criticar la opinión de un representante de la Iglesia, que se le denuncie por incitar al odio contra estos colectivos, es de buen ciudadano, de defensor del oprimido y garante de las libertades y derechos de los que sufren. Pensar que el oprimido es uno mismo cuando se tienen todos los derechos es ser un mal ciudadano. Situarse en contra de una ley que está pensada para permitir que en las escuelas se enseñe que hay diferentes tipos de sexualidad, simplemente porque va en contra de su moral, es monolítico y de mal ciudadano. Y, en mi opinión, mal cristiano también, aunque yo no sea el que esté predispuesto a juzgar a nadie, más bien a señalar que aquellos que se arrojan contra el que es diferente son los que deberían estar vistiéndose con las sandalias del pescador y no con la mueca del inquisidor.

Manuel Delgado Gómez, Historiador.

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