"Penitencia con mariscos"

Alfonso Jiménez
Escritor
31 de Marzo de 2013
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Aquella mujer iba tan peripuesta, tan perfilada, que más que hacer la compra del día parecía estar lista para ir al teatro. Me crucé con ella en el supermercado y observé que alguna gente volvía la cara a su paso, asombrada por sus aires de ricachona. Llevaba el carro de la compra hasta arriba, repleto con toda clase de artículos, pero ella lo empujaba con tanta arrogancia que parecía que iba conduciendo un descapotable. Cuando quiso se puso en la cola de caja y le comentó a otra mujer que seguramente conocía:
 
- Hoy he tardado más de la cuenta en hacer la compra. Me he tirado media hora en pescadería para que sirvieran los langostinos y el bacalao.
- En carnicería no hay nadie. Yo he comprado un pollo y no he tenido que esperar.
- Sí, mujer, pero mañana es Viernes y a nosotros nos gusta cumplir lo que manda la Iglesia.
- Pues que Dios me perdone, pero en mi casa no podemos permitirnos esos lujos.
 
La presumida hablaba en un tono que, sin ser alto ni desagradable, era suficiente para que lo oyesen todos los de la cola. Yo, que esperaba mi turno con cuatro cosillas, me sentía ridículo detrás de aquel camioncito de viandas.
 
Cuando, por fin, salí del super, comencé a reflexionar sobre el diálogo tan chocante que acababa de escuchar. La fantasmona, para no quebrantar la vigilia preceptiva, se iba a pegar el viernes una mariscada impresionante. De esa manera, absteniéndose de carne de pollo o de ternera y pasándose al marisco, evitaba lo que ella consideraba pecado y así cumplía también con las normas eclesiales. Hacen falta pocas luces, mucha cara o bastante cinismo.
 
Es verdad que la Iglesia sigue manteniendo una norma, la del ayuno y abstinencia cuaresmal, que fue impuesta hace siglos cuando el comer carne era un auténtico lujo. Fue dictada para invitar a los poderosos a privarse de ciertos festines en determinados días, como una invitación al sacrificio y a la penitencia. Han ido pasando los siglos y la norma sigue en vigor, aunque resulta absurdo que quien come carne quebrante el precepto y el que se harte de marisco cumpla con la Iglesia.
 
Con ese rasero nuestra amiga la fantasmona, atiborrándose de gambas con su familia, se creía cumplir como una perfecta católica, apostólica y romana, mientras que su conocida, la otra mujer poco pudiente, limitándose a comer la socorrida carne de pollo, se sentía estar bajo el síndrome de cierta culpabilidad.
 
Todos sabemos, en nuestro foro interno, que Dios no se fija en esas minucias y que son los hombres los que han puesto algunas barreras que no deberían existir. Por eso, muchos católicos piensan que la Iglesia debería anular esos anacronismos. Sería una buena manera de evitar que algunos hipócritas se crean justificados con el cumplimiento literal de lo meramente externo y que, por otra parte, gente buena se sienta incómoda como transgresores de unas faltas que, en realidad, no lo son.
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