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Un toro bravo es un bóvido criado para ser muerto en un coso después de una lucha épica entre la fuerza y bravura (instinto) del animal y la inteligencia humana que, al decir de algunos, proporciona cierto placer estético a quienes gustan de esa lid.
Ciertamente el bóvido no tiene apenas posibilidades de triunfar, pues salvo escasísimas excepciones, lo normal es que sea estoqueado, arrastrado, ocasionalmente desorejado e incluso desrabotado para que su matador pueda exhibir dichos apéndices como muestra del triunfo de la inteligencia humana sobre la fuerza animal.
Por eso sorprende que un ministro, nada menos que de educación, se designe a si mismo como morlaco pues no es precisamente por su inteligencia por lo que el genero zoológico de los bóvidos se distingue sino que, por el contrario, se distingue por su bovina estulticia que hace inevitable su entrada al engaño.
Tal vez ese sea el papel del ministro de educación en el gobierno de la derecha, embestir al trapo del conflicto idiomático entre castellano y catalán. Tal vez con esa embestida esté destinado, al igual que el totémico animal con el que se identifica, a ser estoqueado, arrastrado y finalmente exhibido como pieza política a sacrificar, para que su criador pueda, cual Alcibíades con su perro, distraer la atención del respetable mientras se dedica a su verdadera labor de zapa en el sistema público de educación, verdadera bète noire del neo liberalismo autóctono del ruedo Ibérico.
Como quiera que sea, de motu propio o engañado por el trapo político de un ministerio, no parece lo más razonable tener a un bóvido, siquiera metafórico, como máximo responsable de educación. Veremos que apéndices se muestran como trofeos, cuando le llegue la inevitable hora que aguarda a todos los de su especie, y sea políticamente estoqueado y arrastrado por el albero de la res publica, pero para entonces, el verdadero trabajo de zapa ya estará hecho y la educación, tal y como la conocemos, será solo un recuerdo de tiempos mejores, o eso me temo.
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