Bizkaia no es español, pero sí de España

03 de Marzo de 2011
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Decía el escritor oriental Mario Benedetti que «cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas». Parafraseándolo, hoy se podría decir sobre España que, cuando teníamos todas las lenguas, cambió nuestro idioma. Hace un par de semanas se aprobó la nueva denominación de Vizcaya, Guipúzcoa ni Álava; que, a partir de ahora, en los papeles del Estado veremos como Bizkaia, Guipuzkoa y Araba-Álava, respectivamente; aunque el último nombre, el de Araba-Álava, no sabe uno si es para que se elija el que se prefiera o para hacer la gracia completa.

Evidentemente, en la Comunidad Autónoma del País Vasco, cada hablante, supuesta y únicamente de eusquera, utilizará el nombre en vascuence de estas provincias españolas; incluso, en el caso de hablantes bilingües, se podrá elegir una de las dos denominaciones; cuestión que comprendo y que, hasta cierto punto, comparto.

El problema surge en este caso: si estamos en Andalucía, donde únicamente hablamos el español –o castellano, tanto monta– de manera oficial, ¿por qué en los libros de texto andaluces aparece Fisterra, Girona y otras denominaciones en las lenguas cooficiales de otras Comunidades Autónomas y no en la común, que hablamos y comprendemos todos los españoles? Es decir, debido a que en Andalucía hablamos castellano –o español, monta tanto–, no tiene sentido que nos refiramos al cabo de Finisterre como Fisterra o a la provincia o ciudad de Lérida como Lleida. Esto, que bien podría haberse utilizado para unir las lenguas españolas, no es sino una desalentada sensación de triste arremetida contra nuestro común idioma. No le encuentro ningún sentido escribir el nombre de Catalunya así, con «ny» en lugar de eñe, en Andalucía, Canarias, Extremadura, Murcia y otras regiones, cuya lengua oficial es una y con la que nos comunicamos todos sin tropiezos ni traducciones; porque, aunque el catalán, el gallego y el eusquera sean lenguas españolas, no se hablan en toda España. Todo este uso queda, además, ridículo e incoherente, cuando en los mismos libros de texto donde figura Fisterra, aparece escrito Cabo de San Vicente y no de São Vicente, del mismo modo que aparece Londres y no London (y en Internet, donde cada maestrillo tiene su librillo, este asunto asusta).

Lo de las nuevas denominaciones de las provincias de la Comunidad del País Vasco es uno de los mayores desaciertos lingüísticos del Gobierno y contribuye a maltratar el idioma común, porque lo hace precisamente menos común. Comprendo que en política hay que hacer alianzas, en ocasiones, con tu rival directo, pero en cuestiones de este tipo se debería ser más cauto. Quizá sea desafortunado traer aquí aquella genial cita de Juan de Mairena:
 
De aquéllos que se dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse.
 
Pero creo que esta medida, que ha supuesto anteponer el euskera al idioma común, es de ese tipo de españoles que refería Machado desde su apócrifo. Otra cuestión es que esto nos traiga al fresco, lo que sería realmente penoso, porque creamos que tenemos todas las respuestas y todo un idioma de nuestro lado, pero que, en el momento menos pensado, cambiaron las preguntas, porque ya no están en la misma lengua que utilizábamos. Es la misma sensación de desconsuelo que cuando volvemos a visitar una calle después de algún tiempo y descubrimos que le han cambiado el nombre: algo de lo que uno se siente parte y que sin más logran modificarlo por imperativo de Ley. En clave humorística, así debió pensar José Antonio Garmendia, uno de mis poetas humorísticos preferidos, con esta soleá, pero aplicado lo cotidiano:
 
Tu calle ya no es tu calle.
Ahora le han puesto de nombre:
Don Manuel Fraga Iribarne.
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