Imaginando sombras

30 de Diciembre de 2011
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Camino por la calle Las Tiendas y miro los escaparates decorados, unos profusamente, otros mínimamente, con adornos navideños. Olvido que acabamos de pasar al año nuevo en el siglo XXI y miro por encima del hombro para imaginarme la antigua muralla interior de Lucena recia, alta y firme, pese a que el ser humano ha demostrado lo contrario. Camino adelante, a su sombra, y llego a la encrucijada con la calle Flores de Negrón. A la derecha opto por no mirar, pues hasta la imaginación resulta difícil de poner en marcha al contemplar el edificio de la plaza de abastos, verdadera catástrofe arquitectónica del siglo XX que se colocó entre dos de los edificios históricos más antiguos de la localidad (la Iglesia de San Mateo y el Castillo), destruyendo así cualquier recreación de la Lucena medieval.

Por ello, giro a la izquierda y me adentro en la calle Flores. La inspiración rebrota y, quitando estas mesas y esa publicidad de la retina, me conformo y vuelo al pasado, descubriéndome delante de la fachada del Palacio de los Condes de Hust, única piedra superviviente tras tantos años de reforma en esta parte de la localidad; pero, de nuevo, el sueño se rompe, cuando la valla metálica de repente destroza mi visión del pasado… Lo diferente que sería todo con su antiguo muro encalado.

Apresuro el paso para olvidar la valla y giro a la calle Juan Rico a la derecha, donde me reciben edificios modernos, y continúo girando hasta que tomo la calle Zamora, de maravillosa estrechez que desemboca en la Ancha, como una arteriola (pequeño vaso sanguíneo) del centro de la ciudad. Allí, prefiero imaginarme el empedrado bajo mis pies mientras observo la Iglesia de San Felipe Neri y la casa solariega de los Soto Flores antes de llegar a la esquina con las calles Veracruz y Peñuelas. Aquí me detengo y reflexiono que de las esquinas solo queda el colegio llamado hoy de Barahona de Soto, copia en su aspecto exterior de una casa solariega de una familia que no recuerdo y de la Ermita de la Paz, que estaban frente a él; me resulta curioso que solo haya pervivido un edificio inspirado en ellos, la sombra de otros que ya pertenecen al pasado. Algo así ocurre con la esencia judía y medieval de Lucena: podemos imaginarla, podemos recrearla, siempre en sueños, porque solo nos queda la sombra –la recién descubierta necrópolis en las afueras de la localidad– y para que esta no se desvanezca en el olvido, tan irremediable como la muerte, tomando los versos del judío lucentino Ibn Gayyat:
 
Para apresurar el tiempo de su salvación,
revístete de salvación como coraza.
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