Tabaco en libertad

22 de Agosto de 2011
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Es conocida la anécdota de Stella Liebeck: la mujer que denunció a una de las grandes empresas de comida rápida de EE.UU. por haberle servido un café sin que el vaso advirtiera que su contenido estaba caliente, pues la señora se quemó. Esto, que permite esbozar una sonrisa, me parece exagerado y, con todo el respeto del mundo, una sandez y una tomadura de pelo, ya que para algo nuestro cuerpo dispone del sentido del tacto –y también el de ella. Sin embargo, ganó el juicio.

Ahora que las empresas tabacaleras, que hoy tienen tan mala prensa que parecen haber añadido azufre en lugar de nicotina al listado de posibles ingredientes del cigarrillo, deciden demandar al Gobierno norteamericano por obligarlos a cavarse sus propias tumbas, poniendo especial énfasis en las fotografías que deben figurar en las cajetillas, algunas posiblemente sacadas de películas de terror y de asesinos que cercenan el cuerpo en múltiples pedazos; de tal manera que parecieran una prefiguración de ataúdes. Lo diferente y extravagante de este caso es que las tabacaleras apelan a que se vulnera su libertad de expresión, cuestión con la que podemos permitirnos esbozar otra sonrisa.

Según el punto de vista que tomemos, podemos optar por lo llamativo o lo irónico. En el primero, tendremos la oportunidad de asistir al pulso entre gigantes, antaño viejos amigos, para resolver, en mi opinión, la libertad del dinero, no de la expresión. Por esto mismo, he aquí la ironía: los responsables de facilitar la muerte a cualquier consumidor claman que no se sienten libres de ofrecerla (o de expresar cómo ofrecerla, olvidando que en ocasiones se trata de una eutanasia de pago no consentida.
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