¿Radicales? Sí, gracias

01 de Junio de 2016

Supongo que lo dicen para denostarnos pero, sin proponérselo, nos están haciendo la mejor apología que pudiésemos desear. A falta de argumentos consistentes, proferir la acusación de "radicales" está poniéndose de moda para intentar descalificar a quienes rompemos sus caducos esquemas mentales o la rutina de sus prácticas políticas. Lo utilizan como comodín para atribuirnos posiciones extremas o intransigentes, ideas aberrantes o propuestas irrealizables. Se esfuerzan por pintarnos como gentes insensatas y excéntricas y, no contentos con ello, advierten además del peligro que corren quienes se nos acercan para escucharnos, colaborar o trabajar conjuntamente. Les acusan de radicalización o les alertan contra la temible "deriva radical" como si de una  enfermedad contagiosa se tratase.

Probablemente ignoren que el término "radical" alude etimológicamente a la raíz de las cosas, a la causa de los problemas, al origen de las situaciones. Así, en medicina se habla de un tratamiento radical cuando está orientado a la causa de la enfermedad y persigue eliminarla directamente. La cirugía radical de un tumor consiste en su extirpación completa e, incluso, la de todo el órgano afectado. En cambio, los tratamientos paliativos o sintomáticos son los que se prestan para aliviar las manifestaciones de una dolencia cuando se desconocen sus causas o no es posible atajarlas.

Pues bien, en política la radicalidad representa la antítesis del continuismo o del reformismo cosmético. Consideramos que nuestro sistema social, económico y político necesita una profunda cura para la que no son suficientes unas cuantas cataplasmas. Limitar nuestra participación política a depositar periódicamente un voto en la urna se nos antoja un raquítico ejercicio democrático. Aspiramos a una democracia real en la que nuestra opinión cuente para decisiones que están afectando a nuestra vida. Por eso creamos espacios de deliberación y participación directa, ensayamos nuevos modos de organización horizontal y promovemos el empoderamiento de las personas con instrumentos de información y análisis que nos hagan más capaces para ocuparnos de los asuntos públicos. Trabajamos en la construcción de una economía del bien común al servicio del las personas, para conseguir la distribución de la riqueza y el empleo con alternativas viables y sostenibles frente a un modelo de explotación y desigualdad que se hunde a pesar de todos los rescates y maquillajes de cifras macroeconómicas. Proponemos un cambio radical en las relaciones entre las personas y los pueblos que acabe con cualquier forma de dominación de hombres sobre mujeres, de unos países sobre otros o de unos colectivos sociales sobre el resto de la población. Reivindicamos la radicalidad frente al oportunismo, la coherencia frente al tacticismo.

Por eso agradeceremos mucho que no dejen de señalarnos por querer abordar y resolver las situaciones en profundidad. Lo agradecemos porque calificarnos de radicales identifica muy bien lo que somos o, al menos, lo que queremos ser, al tiempo que nos recuerda el compromiso ético que nos ha traído a la política. Y lo agradecemos también porque cada vez que enarbolan la bandera de la mesura y la moderación para subrayar la distancia que nos separa y seguir defendiendo su orden establecido, ellos mismos también se están identificando. Se identifican perfectamente.

 

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