Vuelvo a casa por Navidad

28 de Diciembre de 2016
noel
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No recuerdo cuando dejaron de gustarme las Navidades, pero si recuerdo que cada año se me hacían más prescindibles hasta llegar a ser una mera costumbre o algo diferente para salir de la rutina.

Tengo un trabajo tan absorbente y unas ganas tan pobres de recargar sobre manera mi hogar, que colocar el belén, el árbol y en definitiva los diversos adornos, se ha convertido en una tarea casi imposible. Partiendo de eso, en mi casa no ha entrado la Navidad.

No sé si las navidades han cambiado o he sido yo la que he cambiado con los años, pero cuando salgo a la calle, los niveles de estrés que se respiran son altos, el espíritu de paz y amor brillan bastante por su ausencia con empujones y caras de agobio y los niños muestran demasiada ansiedad porque los Reyes Magos les miran más de cerca que nunca.

En el trabajo, la presión está a la orden del día y dar el 100% deja de ser suficiente, hasta convertir tu sonrisa natural y tu capacidad, en un amago de sonrisa forzada y un retazo de la profesional que te considerabas.

Pero a pesar de que todo brilla a mi alrededor y yo lo veo menos brillante que nunca, cada año cambio turnos y busco billetes con toda la antelación posible para no quedarme sin volver a casa por Navidad.

Porque el nudo se me pone en la garganta cuando llegando a las puertas de salida del AVE, veo a mi madre, en primera fila, sin quitar ojo al pasillo, buscándome entre los cientos de personas que vamos saliendo a reencontrarnos con los nuestros.

Cuando al fin me ve y corro, arrastrando mi maleta medio vacía, para abrazarla, siento la mejor sensación que he sentido en todo el mes y realmente comienza la Navidad en mí.

Abrazo a mi padre y a mis sobrinos y entre anécdotas del viaje y mil preguntas con sus mil respuesta, llegamos a casa donde hasta el anciano perro, con mil achaques, me recibe con alegría y un baile sin fin.

Mi casa, mi hogar, esta decorado de manera entrañable, tapetes con escenas navideñas, bordadas a mano por mi madre, cubren las mesas y el precioso nacimiento de cerámica preside el salón. Cuando llega la cena, definitivamente confirmo que todo allí es mágico. La mesa es espectacular, pues mi madre que sabe que, por mi falta de tiempo, cocino muy poco, me pone la comida mas rica del mundo, los mejores manjares, mis caprichos favoritos. Y hace de unas festividades innecesarias para mí, una noche única, especial y totalmente imprescindible.

Tras día y medio, devorando platos, que aparte de llenarme el estomago me llenan el alma, dejo mi hogar para volver a mi estresada e inservible realidad navideña. La cual miro con otros ojos, pues sé que año tras año, pagaré gustosa el peaje de estas mortificadoras fechas, con tal de seguir viendo la felicidad de mi madre al tenerme sentada a su mesa en un día que siempre ha sido tan especial.

Dedicado a todos los que no les gusta la Navidad, pero si les gusta disfrutar cada segundo de las personas que quieren.

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