Juan González universaliza a la Virgen de Araceli como Madre de toda la comunidad humana y reclama un mundo más justo y en paz

El colofón, a modo de súplica, lo resumió pidiendo "que nadie mate más, que los hombres dejen de matarse unos a otros; y, sobre todo, y por encima de todo, que nadie, absolutamente nadie, mate en nombre de Dios, o invocando el nombre de Dios"

30 de Abril de 2016
 Juan González Palma, en San Mateo. JESÚS RUIZ JIMÉNEZ
Juan González Palma, en San Mateo. JESÚS RUIZ JIMÉNEZ

Un alegato –como había anunciado su autor- profundamente social, rigurosamente evangélico y dirigido desde el templo de San Mateo, por intercesión de la Virgen de Araceli, hacia el mundo. Porque Juan González Palma renovó las Glorias de la Patrona de Lucena dos mil años después y extendió la protección de María de Nazaret a cualquier habitante de la tierra para acabar rogando "que se instaure ya" en el orbe el Reino de la justicia, del amor y de la paz.

En un inicio contundente e impactante, el pregonero encumbró a María Santísima de Araceli como Madre de toda la comunidad humana. Por ejemplo, "de los matrimonios, de los divorciados vueltos a casar y de los que simplemente conviven; de los que –según nuestra moral e inapelable juicio- viven en pecado; de los cuatro millones y medio de sirios desplazados y de los miles de niños refugiados desaparecidos; de todos los niños, sea cual sea su origen o la forma en la que hayan sido engendrados o concebidos; de los que nos llamamos y, de verdad, queremos ser hijos tuyos; aunque te hayamos desfigurado tanto, tanto hasta hacerte irreconocible; de los drogadictos, alcohólicos, prostitutas y marginados y de los que explotan, propician o no impiden esas situaciones; de los terroristas, de sus víctimas y de quienes les combaten".

Del mismo modo que sostuvo en la apertura que realizó de la Semana Santa, en el año 2003, Juan González apeló a la actitud "subversiva, revolucionaria y rebelde de Jesús" en un discurso proclamado delante de la Virgen, "seguidora" de su Hijo y ofrecido "a todos los pobres de la tierra".

A las 21:30 horas, José Millán, secretario de la junta de gobierno de la Cofradía de la Virgen de Araceli, inició un acto que significa el comienzo de unas Fiestas que, según González Palma, "son –hoy más que nunca hay que afirmarlo- de interés evangélico, de interés mariano, de interés pastoral". El hermano mayor, Rafael Ramírez Luna, ejerció de presentador, y relató las ocupaciones y cargos previos desempeñados por quien lo sucedió en el uso de la palabra: cofrade, devoto, cristiano comprometido, santero, miembro de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes; decano del Colegio de Abogados de Lucena entre 2001 y 2015, y también integrante del Consejo Consultivo de Andalucía.

Según confesó Juan González Palma, la reflexión sobre su dedicación profesional determinó que se sintiera "plenamente legitimado como pregonero de María, pregonero de la Abogada, de la Abogada nuestra, de la Abogada de gracia, del Espejo de justicia".

En una de las partes del texto, enumeró con precisión los diferentes acontecimientos que sirven para venerar a la Virgen de Araceli a lo largo del año. Especialmente conmovedor resultó el recuerdo a Pepe Ranchal Jiménez. "La cuadrilla de Francisco Contreras Hidalgo –manijero en el primer domingo de mayo- por excepción, la formarán treinta y siete santeros, porque a Pepe Ranchal le darán permiso y vendrá; vendrá para cumplir con su manijero. Bajará habiendo sido ya marcado por Manolo Lara, tío de Agustín, su manijero de Jesús. Con la almohadilla bajo el brazo, preparado para el paseíllo,  y dispuesto a llevar su sitio dándolo todo, como siempre hizo, como en la última santería del Señor. Intentará que le acompañe el abuelo de Gema, Frasquito Bilila para que, al paso de la Virgen por las Cuatro Esquinas, le cante unos fandangos de Lucena. Una vez la Virgen en S. Mateo –sin esperar al refresco- Pepe volverá a ese lugar de privilegio que, prematuramente –muy prematuramente-, ocupa desde el Viernes Santo. Pepe Ranchal, santero del Señor, santero de la Virgen, descansa en paz y cuida de Gema, de María y de Araceli".

Mientras se preguntaba "cuáles son las glorias de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio; que conoció las dificultades de cada día, sencilla madre de familia obrera", Juan González Palma citó a José Antonio Pagola y a su libro Jesús, Una aproximación histórica para señalar que María de Nazaret "vio a su Hijo condenado a la extrema ignominia de la Cruz, ejecutado por peligroso". De igual forma, aludió a José María Castillo y a su obra La religión de Jesús, en la que se califica El Magnifícat "como uno de los textos más revolucionarios que podemos encontrar en los evangelios"; y a Pedro Casaldáliga "poeta, místico y el obispo pobre entre los pobres". Para declamar El Magníficat y el poema La Virgen y el manijero, del "Cantor de la Virgen", Antonio Roldán Manjón-Cabeza, intervino Antonio Suárez Cabello. Además, Juan González indicó que María de Nazaret "ha atraído la atención de muchos escritores y poetas, despertando en ellos, de forma delicadísima, su sensibilidad, tales como Lope de Vega, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti, o el creador del Himno de María Santísima de Araceli, José María Pemán, este último, "calumniado e injuriado recientemente por el ayuntamiento de Jerez de la Frontera".

Para concluir, Juan González Palma se refirió al acuerdo plenario que en 1997 incorporó al lema del escudo de Lucena el calificativo de ciudad Mariana, es decir, "universal, ciudad acogedora de creyentes y no creyentes, ciudad hospitalaria, ciudad receptora de culturas y de etnias" y también a la resolución del 29 de septiembre del 2015, en la que la Corporación declaró a Lucena "ciudad refugio para  acoger a las personas que huyen de la guerra y la persecución en sus países y solicitan asilo en la Unión Europea". Y terminó lamentando que actualmente 900 millones de personas vivan en condiciones extremas de pobreza; 800 millones de personas pasen hambre; y, sobre todo, que 200 niños sufran malnutrición, muriendo cada día –cada día- 8.000 niños por esa causa". El colofón, a modo de súplica, lo resumió pidiendo "que nadie mate más, que los hombres dejen de matarse unos a otros; y, sobre todo, y por encima de todo, que nadie, absolutamente nadie, mate en nombre de Dios, o invocando el nombre de Dios".

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