Opinión: El burro de nuestro ayuntamiento, por Marek Zuckerman

07 de Diciembre de 2018

Estos tiempos en los que acertadamente se ha impuesto el discurso que apuesta por la protección del medio ambiente y por la sensibilidad hacia los seres vivos que lo habitan, ha cogido una vez más con el pie cambiado al ayuntamiento de Lucena. Porque otra vez se toma la errónea, caprichosa y extemporánea decisión de colocar a un pequeño burro (amén del resto de animales vivos) en un entorno abiertamente hostil y de manera innecesaria: el poblado navideño de la Plaza Nueva

Dicho poblado no perdería ningún valor si, en lugar de animales vivos, se colocasen alegorías de los mismos. Ganaríamos mucho como sociedad si cuidáramos esta clase de detalles.

No podemos hacer llegar a los niños mensajes de cuidado de la naturaleza y respeto hacia sus seres vivos si luego situamos a un indefenso animal en medio de un lugar donde los petardos, el ruido y la hostilidad van a ser la tónica general durante más de un mes.

Ya sé que estos argumentos y la defensa de los animales no son compartidos por gran parte de la población, que ven en este hecho un elemento sin importancia. Pero también deben entender estas personas que estos asuntos tienen mucho que ver con la sensibilidad de las personas. Y deben admitir, por tanto, que existan humanos a quienes la exposición de ese pequeño burro nos hiera la sensibilidad. Qué quieren que les diga, cada uno es dueño de sus sensibilidades, es algo que no se puede evitar.

Somos los mismos a los que también (y por delante de esto) nos duelen los pequeños que no podrán recibir regalos en estas fechas o nos afecta conocer que hay familias que esta Navidad pasarán dificultades para poder poner una mesa en Nochebuena. Y por eso hacemos lo posible por paliar esa situación. Mostrar preocupación por el maltrato animal no es incompatible, sino todo lo contrario, con sentir compasión con las personas.

Pero por encima de estas sensibilidades existe un hecho incontrovertible: los animales del poblado navideño de Lucena sufren un estrés que es innecesario y perfectamente evitable. Ningún valor añadido aportan a un poblado navideño en el que van a permanecer una larga temporada alejados de su hábitat natural y privados de ejercicio o libertad de movimientos (¿se imaginan a sus hijos encerrados durante un mes en una habitación sin poder solazarse?).

Y no se trata de una exhibición para una representación puntual o para un espectáculo concreto sino que serán sometidos durante más de un mes a un trato miserable, para contento de unos padres que dicen no tener oportunidad de enseñar a sus hijos esos animales si no es de este modo (como si nuestros animales domésticos habitasen Groenlandia) y para satisfacción de un equipo de gobierno que creen organizar uno de los belenes más espectaculares del mundo mundial. Ya les digo que también serían muy espectacular tirar una cabra desde el campanario de San Mateo, aunque no quisiera darles ideas.

Hace unos pocos años Lucena salió en los telediarios y en la prensa porque un energúmeno reventó a un pequeño burrito haciendo una de sus "gracias navideñas". Parece que el ayuntamiento prefiere perseverar en su error antes que dar ejemplo y cuidar los mensajes que lanza a nuestros niños.

Los ilustres lectores de este medio podrán corregirme, pero no se me ocurre mercado navideño, poblado o belén de los muchos que se celebran en países europeos donde se cometan esta clase de atropellos. Pero es que debe ser cierto eso de que Lucena es diferente. Aquí siempre hemos sido muy de ostentar. Aunque para ello se tenga que torturar a un pequeño burro y al resto de sus compañeros de granja.

Aún están a tiempo de rectificar. Si no lo hacen quedarán retratados un año más.

Marek Zuckerman

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