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Hubo un tiempo, hace ya varias centurias, en el que lo decidido en Madrid afectaba a ambos hemisferios. Era el tiempo de un imperio del que se llegó a decir que en él nunca se ponía el sol.
En la actualidad, adentrados ya en le segunda década del siglo XXI, ese tiempo es, para la mayoría de ciudadanos, un capítulo más de la historia. Sin embargo, pervive un sector de ciudadanos nostálgicos de ese tiempo de imperio; aquellos que, al alba y con viento fuerte de levante, deciden ocupar, manu militari, un desolado y desértico peñón de la costa marroquí porque la gendarmería de ese país había puesto pie en él.
Son los mismos que levantan un ensordecedor y amenazante griterío porque el gobierno de un país, que en su día fue parte del imperio, ha decidido expropiar las acciones de una compañía petrolera. Con independencia de las razones que asistan a las partes, dicho griterío es vano pues, aparte de represalias simbólicas y retórica hueca, resulta contraproducente e ineficaz para defender los intereses que se consideran amenazados.
Nostalgia de imperio de una parte de la derecha; la derecha de siempre, reaccionaria, carpetovetónica y casposa. Verdaderos patriotas de hojalata que, prietas las filas e inasequibles al desaliento aun siguen pensando aquello de por el imperio hacia Dios.
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