"El día después", por Manuel Franco Espinar

07 de Mayo de 2024
Fiestas Aracelitanas 2024. Día de la Virgen. Foto: Jesús Cañete
Fiestas Aracelitanas 2024. Día de la Virgen. Foto: Jesús Cañete

El día después de que todo haya pasado, dados de nuevo a la cotidianidad y tomándose el lunes festivo como jornada de reflexión, comienza uno a reparar en lo acaecido. De tal modo, y envuelto en la imagen de ayer, ya en el dosel de nuevo, de blanco, de reina, entre una atmósfera de pétalo imborrable y la quietud casi conventual de las seis de la tarde, me atrevo a narrar lo siguiente, que no es más que una excarcelación emocional, una exaltación a la fortuna que Lucena atesora en su Virgen.

Lucena volvió a reencontrarse consigo misma, volvió a mirarse en el espejo que paga con una sonrisa de vuelta y se reconcilió además con el mismo cielo que la puso en más de un amargo brete hará mes y poco. Cada vez que sale Araceli, Lucena rejuvenece, es niña y es jolgorio, es joyero que se hace joya, es el primer fandango que Dios escribió sobre un lienzo de olivares en blanco.

El pulso se acelera y se tensa como si fuésemos a cruzar el dintel con Ella cuando rondamos las inmediaciones de la parroquia para visitarla. Así transcurren los días previos hasta que la noche del sábado al domingo, el cielo, ángel anunciador del día grande, exhala luminarias incandescentes, visibles pero intangibles y tan finas como un pétalo presto a hacerse al regazo del palio o de la teja inmaculada de un capirote.

Todo es más sencillo cuando la Virgen va de blanco ¿Será este el terno más laureado por emplazarnos con inaudita facilidad a la iconografía de siempre, a las fotos de toda la vida y a la Coronación en el 48? 

Cuando en un navío de amor, ora banco, ora verde, Araceli surca sus calles, el sol brilla distinto, no con más fuerza, pero sí con una gracia que todo lo tizna de grandiosidad. Incluso antes de esto, uno sale por la mañana con Lucena desperezándose del sábado de la ofrenda, y la brisa le dice que algo grande está pasando. Luego, a la tarde, ya zarpará la nao que va anunciándose así, entre marejadas de tambor y piropo:

 

Galeón que triunfante navega

por el mar de fe que es Lucena.

 

La luz áurea y alba hecha palio criselefantino, atravesó el mundo onírico para hacer verdad los sueños. Todo es más sencillo cuando la Virgen va de blanco ¿Será este el terno más laureado por emplazarnos con inaudita facilidad a la iconografía de siempre, a las fotos de toda la vida y a la Coronación en el 48? Bien podría ser así. O quizás sea la fama que le precede su facultad para derribar los muros que custodian la ávida nostalgia tan pronto como arriba.

De lo que ocurrió entre el mármol y el mármol, poco o nada he de contar, pues tantos Días de la Virgen hay como pupilas que miran y corazones que sienten… Sin que surjan dos semejantes. El color de aquella tarde ya se ha hecho sepia, y en unos días nos parecerá que hacen años de la vez en que Luis Lara mandó la procesión, porque así es nuestra memoria.

Solo añadiré que quizás haya en Lucena quien tiene fe dos veces al año, y estoy seguro de que ayer era una de ellas, porque qué sabe nadie de los besos que van impregnados en la perfección dorada de su presea.

Mientras, suena aún hoy el atardecer del domingo con un himno irrevocable:

 

Suena a voces de esmeralda, suena a las luces del cielo,

suena dulce en su garganta,

suena a la voz de su pueblo.

 

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