El ser humano es un animal de costumbres, quizás sea por ello que ayer emocionara de aquel modo la rotunda y rígida llegada del Arahal a San Mateo, como si no hubiera pasado el tiempo.
Hace mucho tiempo, cuando algunos no levantaban un palmo del suelo, contaban que los músicos de la formación hispalense catalogaron a Nuestra Madre como a la Virgen de las Aguas, por aquello de que invocaba a la lluvia en pos de sus campos y olivares. Ayer, entre un inicio temeroso y un final huidizo, la Virgen descartó tal atribución, en tanto que salió porque así lo quiso, en medio de dos nubarrones que debieron faltar a la cita.
En una promesa que se renueva gestualmente año a año, Lucena se viste de gala gritando así su más hondo y puro "Viva Nuestra Madre". Afónica, entregada su garganta al credo que nos firmó Pemán, estalla hecha pétalo, se desgañita hasta que nada queda de ella. "Verde que te quiero verde"... ¡Y para no quererlo! Con la esencia mayestática que pinta en nuestra patrona.
Querer a la Virgen de Araceli es el regalo que nuestras madres nos han ido transmitiendo, porque así lo hicieron con ellas las suyas, que siempre encontraron su favor y asidero...
Querer a la Virgen de Araceli es el regalo que nuestras madres nos han ido transmitiendo, porque así lo hicieron con ellas las suyas, que siempre encontraron su favor y asidero cuando fueron en busca de aquel cuadro ya tomado por el tiempo en que la Virgen viste de blanco. Este legado se transmite como un testigo personal e intransferible, cada cual recoge la herencia donde le corresponde: unos viéndola salir de dentro, otros esperándola en las vallas que engalanan la solemne Plaza Nueva, otros en la Cuesta del Reloj... Denominador común: querer a la Virgen como a la madre que es.
El ser humano es un animal de costumbres, y entre ellas está el fascinarse cada mayo como si fuera el primero. Será la primavera, serán las luces, serán los pétalos, serán los estrenos, serán las caricias o las sonrisas... Pero qué sencillo es enamorarse en este mes tan marcado en nuestro calendario.
Postdata. Todo pasa. Los años, los siglos, las alegrías, las penas, las voces de aquellos que dictan con su corazón exvotos en forma de promesas... Y Ella queda, torre y azucena del escudo.