"Martes de carnes tolendas", por Manuel Franco Espinar

13 de Febrero de 2024
Viacrucis de la Columna. Archivo
Viacrucis de la Columna. Archivo

Como quien otea sin buscar nada en el horizonte de un libreto de Semana Santa, di yo a parar con el añejo vocablo “carnestolendas”, en un viejo libro de cuentas de la extinta Cofradía de la Vera Cruz: “en tres de diziembre de 1719 se enpezó a representar comedias en la casa de esta cofradía y las vbo hasta martes de carnes tolendas”.

Una de las fuentes de ingresos de esta arcana corporación, fue la de regentar una casa de comedias, donde durante varios periodos del año, pueblo llano y no tan llano, hombres y mujeres, disfrutaban del teatro como un entretenimiento y un punto de encuentro... hasta que llegaba Cuaresma, por supuesto. Y es que el término “carnestolendas” hace referencia a los días inmediatamente anteriores a la Cuaresma, siendo el martes de carnestolendas la víspera al Miércoles de Ceniza.

Carnestolendas, como las “carnes que han de quitarse” para dejar despejado el puente hacia la abstinencia cuaresmal... como si hubiese que vivir a tragos mientras se abre la puerta del tiempo, del tiempo indefectible con su paso inexorable; así queda constituido el zaguán tras el que aguardan los recuerdos bellos, la infancia, el sol y la nostalgia. Pero antes de la gloria, el desierto, como un palio que nos acorrala y arremete encajándonos con su peso en el estrecho tránsito insalvable. Antes de la gloria, el desierto, antes del gozo, el sufrimiento.

Tras el atracón enfermizo de bailes frenéticos, con la queda comedia en el olvido, una sombra barroca marcada por la guadaña nos muestra el polvo que seremos con el lodo del que venimos. El que todo lo modela, así nos susurra, labios heridos, sangrantes, entreabiertos: “mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo...”. Por entre los muros jacobeos, se trazan en lo místico las vanitas de Valdés Leal, coetáneas en tiempo y estilo al Amarrado, y en otros tantos puntos del orbe “cristino”, se suceden los rezos al unísono como un eco ancestral que nunca cesa.

Cristo se hace luz de estrellas octogonales, se hace un credo de vivencias que nos rescata del lodazal de memoria, a menudo tan caprichosa como punzante. El “Perdón” llega con este frío de un miércoles cualquiera que no es tal cosa, atutía a la costumbre viperina que nos envenena y amenaza con alejarnos de la Verdad.

Por suerte, está Cristo que vuelve, y no solo que vuelve, sino que se deja atar una vez más por cada una de nuestras salvaciones, como un aplacamiento que nunca nos será esquivo... Se dejará atar, hacer y deshacer consigo. Por nosotros, se dejará ser reo y objeto de escarnio, se dejará ser vestido con un traje de cruz de malhechor, y con esa deshonra, sus dulces manos harán un trono de gloria.

Apartadas ya las comedias, desechada la carne que ha de quitarse, esperemos que con lo que el espíritu alcance, venza la memoria y que venza la Paz en nosotros, Paz que a veces reside en el lodo del que venimos, en el polvo que seremos.

Manuel Franco Espinar

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