Pedro Manuel Centella enarbola la humildad, la oración y la Iglesia como hospital de campaña desde el Monte Carmelo lucentino

De un modo constante, se dirigía y recordaba a su abuela Teresa, "por haberme enseñado el camino recto en la Fe de los mayores, en sus creencias y principios"

12 de Marzo de 2017
Pedro Manuel Centella, durante el pregón que pronunció en la iglesia del Carmen.

Una institución universal, "la gran perseguida", que acoge a "los pecadores", en ese hospital de campaña que proclama el Papa Francisco. Esta es la Iglesia por la que clamaba Pedro Manuel Centella en el Pregón del Carmen de la Cuaresma 2017. Vicehermano mayor de la corporación carmelita, catequista de la feligresía que en la noche de este sábado lo escuchaba en el templo, oriundo de Villa del Río, localidad cordobesa en la que anunció su Semana Santa, y creyente "intenta contagiar su amor al Evangelio y sus convicciones cristianas", en descripción de su hermano mayor y presentador Antonio Cabrera Navarro.

"Un persona amable, sencilla y cariñosa, que siempre te recibe con un abrazo y una sonrisa", manifestaba su predecesor en el uso de la palabra. Antonio Cabrera citaba al obispo de Roma para reivindicar que "no nos dejemos robar la esperanza" en una sociedad "en la que se está instalando entre nosotros con mucha fuerza la indiferencia" al tiempo que "se están perdiendo todos los valores, como la gratitud, la educación, la corrección, la seriedad y la formalidad, actitudes que ya no se ponen en práctica". Como contraposición, defendió la presencia de Dios ya que aporta "esperanza, igualdad, humildad, paz y misericordia".

Funcionario de Estado de profesión, agente de la Guardia Civil, preguntaba, ante la concurrencia, si los cristianos cumplen el mandato de "quien dicen seguir, de donde formamos parte", de la Iglesia Católica. En su prefacio, anticipaba que su pregón trataría de "exaltar los valores cristianos y la tradición popular de la Semana Santa, sin ser un acto de presunción ni vana exhibición de la palabra". Desde el principio, recalcó su confianza en la oración "triste, agónica y sola" y confesaba que "en todo momento, cuando ha necesitado la ayuda del Señor, no he dudado en buscarte aferrado a tu Cruz".

De un modo constante, se dirigía y recordaba a su abuela Teresa, "por haberme enseñado el camino recto en la Fe de los mayores, en sus creencias y principios" y por haberle inculcado la devoción a la Virgen del Carmen". Definía, también, a la familia como "iglesia doméstica" y relataba que cada Martes Santo "el trono de la Pollina vuelve a trotar humilde por nuestras calles, nos damos cuenta de que está pasando por los mismos lugares que recorremos a diario a lomo de nuestros orgullos".

El pregonero se rebelaba ante las múltiples formas de violencia y compartía su apreciación de que "ver al Señor de la Humildad por nuestras calles el Martes Santo es un recuerdo de lo que padeció y una profecía de lo que seguirían padeciendo hoy tantas familias de refugiados, o del Tercer Mundo, o de quienes viven aquí en bolsas de pobreza, o aquellos otros, en enfermedad o llano, que de nada les serviría el dinero, y que se encuentran solos y abandonados".

Por último, se lamentaba de que "cuánto nos queda por valorar en la eucaristía en la sociedad de hoy; cuánto nos queda por interpretar los momentos de la misa; cuánta hipocresía de sacramentos de cara al público; cuánta pasarela de moda en nuestras iglesias en bodas y comuniones; cuanto ruido para poder rezar en momentos difíciles para despedir a personas; cuántos cumplidos y pésames sin asistir a misa por el difunto o charlando en la puerta del templo mientras se celebra el funeral; cuánto negocio alrededor de lo sagrado; y cuánta superficialidad cerca de Dios".

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