Que todo el año nos guarda, ¿y por mayo nos visita?. Apuntes sobre las traídas de la Virgen de Araceli a Lucena, por Antonio Ruiz Granados

Fue en los años cincuenta del pasado siglo cuando se tomó la decisión de que la bajada de la Virgen se efectuara, en forma de romería, el penúltimo domingo de abril, salvo que causas de fuerza mayor lo impidieran, pero no siempre fue así.

19 de Abril de 2020

Cuando Pemán compuso los célebres versos finales del himno, la costumbre de festejar el Día de nuestra patrona en la parroquia de San Mateo llevaba décadas consolidada. En cambio, durante los 458 años que esta tierra se congratula de tener a la Santísima Virgen de Araceli en su suelo, no siempre ha sido así.

Apenas principiada la primavera de 1562, el escribano municipal anotaba en un acta el  primer testimonio que conservamos de la presencia de María Santísima de Araceli en Lucena. Aquel año, el 27 de abril, era recibida en la localidad. La tradición aderezó lo que la historia nos narra escuetamente asegurando que dos días antes, la comitiva que traía al Ara Sagrada, presidida por don Luis Fernández de Córdoba, marqués de Comares, se deshizo al desatarse una inesperada tormenta, perdiéndose, entre la espesura de la Sierra de Aras y la borrosa visión de la lluvia y la niebla, el Regalo que el Señor llevaba para su villa sin ésta merecerlo y que acogió y veneró desde entonces.

Después del recibimiento, la imagen que Lucena tomó por abogada regresó a la pequeña ermita de la Sierra de Aras, donde era visitada, cada vez con más frecuencia, por gentes venidas del campo y de la ciudad. La festividad de la Virgen de Araceli se celebraba precisamente en el pequeño templo que se levantó en el Humilladero, esto es, donde la bestia que portaba el cajón con la Divina Doncella descansó atemorizada en la tempestad, hoy marcado por las tres cruces. Para encontrar de nuevo a la Virgen en Lucena debemos esperar a 1588. En aquella ocasión, la bajada se llevó a cabo al finalizar el mes de abril, regresando en unas pequeñas andas apenas veinte días más tarde.

Al menos desde los albores del siglo XVIII, la Virgen descansaba en la ermita de Santa Lucía antes de dirigirse a San Mateo. Estas traídas se efectuaban cualquier día de la semana y en cualquier época del año

Lucena vio en el Ara Sagrada a su Madre y protectora, como cantan los Gozos, de manera que demandó su presencia en la parroquia en momentos de necesidad, cuando la enfermedad, la guerra o el hambre amenazaban con menoscabar la población o cuando la lluvia daba una tregua demasiado larga a los campos. Dispuesta en unas parihuelas, o más tarde en sus andas de plata, recorría el camino del Caracolillo para entrar por la calle Rute y, al menos desde los albores del siglo XVIII, descansaba en la ermita de Santa Lucía antes de dirigirse a San Mateo. Estas traídas se efectuaban cualquier día de la semana y en cualquier época del año, dependiendo precisamente de la causa por la que nuestra patrona era reclamada por el pueblo. Sirva como ejemplo lo ocurrido en 1605, cuando la Virgen de Araceli bajó en el mes de enero y, culminadas las rogativas, retornó a su santuario, que ya entonces era el templo actual, para celebrar allí su Día, el primer domingo de mayo.

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Traída de la Virgen de Araceli a Lucena. La fotografía podría ser del año 1908

A lo largo del siglo XVIII, los traslados de la Santísima Virgen a la localidad se hicieron más frecuentes y, en ocasiones, quedaron marcados por el mal comportamiento de los fieles que, desbordados por la devoción, propiciaron situaciones tan incívicas que la Real Chancillería de Granada se vio obligada a intervenir en 1790, prohibiendo los movimientos de nuestra patrona sin su autorización. Apenas tres años después, su poder se evidenció prohibiendo una de estas traídas.

El siglo XIX marcó un punto de inflexión en la historia aracelitana. Los traslados seguían produciéndose, aunque de forma frecuente, en cualquier época del año y, en ocasiones, de manera espontánea. Así, después de que el pueblo escuchara la lectura del reconocimiento real del patronato aracelitano en la Plaza Nueva, enfervorecido, subió hasta la ermita para traer a la Divina Serrana, a la que Carlos IV acababa de reconocer como protectora, para celebrar junto a Ella la buena noticia. Reduciendo a los hermanos sirvientes del santuario, pues no había permiso para bajarla, llegó a la ciudad el 19 de abril de 1830, costándole la prisión a los impulsores de la idea. Esta vez sin cárcel, el Día de la Virgen de 1841 también finalizó con la imagen en San Mateo cuando, durante la procesión por la cumbre de la Sierra de Aras, alguien exclamó "¡A Lucena!" sin que nadie pudiera, o quisiera, impedir la traída. Estos traslados preocupaban especialmente al ayuntamiento que, aunque propiciaba las visitas de la Divina Enfermera, también debía proteger los campos cultivados y, con ellos, el sustento de la población. De este modo, desde 1846 se instaura la costumbre de bajar a la Virgen en secreto, evitando que los fieles pisen las sementeras, y regalándonos traídas a horas inusuales. Encontramos a nuestra patrona llegando al despuntar el alba o rondando la medianoche, pero siempre arropada en las calles de la ciudad por los aracelitanos que eran avisados a través del repique de las campanas. Eso, si no se manifestaba como una milagrosa aparición directamente en la parroquia, como ocurrió el Domingo de Resurrección de 1904.

Desde 1846 se instaura la costumbre de bajar a la Virgen en secreto, evitando que los fieles pisen las sementeras, y regalándonos traídas a horas inusuales. Encontramos a nuestra patrona llegando al despuntar el alba o rondando la medianoche.

Finalmente, en 1884, se acuerda que las traídas sean anuales, con la finalidad de celebrar la fiesta principal de la Santísima Virgen en Lucena, para lo que debía ser trasladada previamente, a veces en marzo, otras en abril, y devuelta a su ermita ya en otoño. La decisión, que debió ser del agrado de los vecinos, acarreó algunos problemas en el santuario, que quedaba huérfano durante buena parte del año. Por fin, en los años cincuenta del pasado siglo, y no carente de precedentes, se tomó la decisión de que la bajada de la Virgen se efectuara, en forma de romería, el penúltimo domingo de abril, salvo que causas de fuerza mayor lo impidieran.

Motivo perentorio fueron las obras proyectadas en el santuario en 1983, que adelantaron la bajada al 30 de enero, permaneciendo el Ara del Cielo en nuestro pueblo hasta el año siguiente.

En definitiva, el archivo municipal, el aracelitano, así como la labor de investigadores en este área como López Salamanca o Sánchez Arjona, nos arrojan datos de traídas que nos llevan a afirmar que, si bien la Santísima Virgen de Araceli es la que todo el año nos guarda, no siempre por mayo nos visita.

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