La derecha y el 20-N: el baile de los absolutos

21 de Noviembre de 2011
La derecha y el 20-N: el baile de los absolutos
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Cada cual contará la feria como le fue en ella. Para el PP el resultado electoral ha sido una fiesta electoral, para el PSOE un suplicio electoral y para IU una ilusión electoral. Sin embargo, más allá de los relatos, las fiestas, las fustas y las quimeras hay mucho que reflexionar. La democracia contemporánea a veces es un juego de espejismos en el que las cosas no son lo que parecen pero sólo importa su apariencia.

La victoria del PP parece absoluta, pero no lo es.
La victoria parlamentaría es arrolladora, tras las victoria socialista de 1982 con 202 diputados el PP ha obtenido el mayor número de diputados de la democracia española (186). Pero la representación parlamentaria no se corresponde con la realidad, pues el 53% de los escaños obtenidos no está avalado por una mayoría absoluta de los votos, al obtenerse un 44,5% del total de los votos emitidos. Además el notable incremento de escaños no está sostenido en un tan notable incremento de votos, el PP pasa de tener el 44% de los escaños en 2008 a tener el 53% en 2011, mientras que pasa de tener el 40% de la los votos en 2008 a tener el 44,5% en 2011. He de añadir que de esto no tiene la culpa el PP ni sus votantes, la culpa la tiene el sistema electoral. Sin embargo, el PSOE y el PP sí son culpables de no reformarlo.

El problema de una victoria absoluta que no lo es se encuentra en la ausencia de legitimidad. Teóricamente los sistemas electorales fabrican las mayorías parlamentarias para garantizar una mayor estabilidad gubernamental. Pero, al mismo momento, rompen la sintonía entre gobernantes y gobernados lo cual a largo plazo es socialmente desestabilizador.

La derrota del PSOE parece absoluta, y lo es.
El PSOE ha perdido la mitad de sus votos respecto a las elecciones anteriores, es decir unos cuatro millones y medio de votantes. Por ello el PP ha necesitado tan sólo medio millón de votos para ganarle con mayoría absoluta parlamentaria. El orgullo colectivo socialista puede ser autocomplaciente y acudir a la crisis para explicarse los resultados electorales pero le resultará infructuoso. Al PSOE le queda una importante tarea de reflexión y requiere de una profunda reconciliación ideológica y pragmática. Su proyecto ideológico ha naufragado y su práctica gubernamental ha sido zozobrante. Durante la crisis no sólo ha dado la espalda a sus referentes ideológicos sino que también ha llevado el timón del gobierno sin una absoluta apariencia de determinación.

IU gana importancia pero la izquierda se debilita.
El resultado de IU parece satisfactorio al lograr 11 diputados pero corre el peligro, al igual que el PSOE, de caer en la autocomplacencia. De los cuatro millones y medio de votos que ha perdido el PSOE tan solo 700.000 han ido a parar a su regazo, es decir a penas un 3% del total de votos emitidos, lo cual no es nada halagüeño. IU no se ha situado como alternativa real al PSOE. La leve satisfacción que nos ofrece IU no desempaña la derrota de la izquierda. Se han perdido 51 escaños parlamentarios y unos cuatro millones de votos se han esfumado. La cuestión está en cómo afrontar el futuro. Resulta previsible una confrontación contra el PP que guiará la pragmática de la izquierda durante los próximos cuatro años. Sin embargo, no es tan previsible cómo será la relación IU-PSOE en la oposición y cuál será la proyección ideológica de ambos partidos y su comunicación con la sociedad.

El baile de los absolutos.
La campaña electoral del PP ha sido una constante celebración y sin duda una época muy feliz para el partido. Rajoy se ha podido sentir como presidente del gobierno al verse como tal en los ojos de los demás sin tener que asumir las responsabilidades del cargo. Ahora sentirá la presidencia del gobierno y ante las duras medidas que va a tener que poner en marcha para la reducción del déficit y la flexibilización del mercado de trabajo pronto desaparecerá el brillo en los ojos de sus observadores. La ventaja de que dispone se la otorga la mayoría parlamentaria obtenida pues le permitirá no tener que acudir a negociaciones parlamentarias. A lo cual se añade un mapa autonómico favorable que, por su parte, facilitará las negociaciones intergubernamentales. A nivel de la Unión Europea la sintonía también es previsible pues el PP comparte la ortodoxia liberal que rezuman el Banco Central Europeo y la Comisión y también Ángela Merkel.

Pero más allá de la parte dulce del baile de los absolutos está el aislamiento que puede llegar a apreciarse entre el sistema político y la sociedad. Un poder absoluto es más eficaz pero más insensible. No es virtuoso tener espíritu conciliador cuando la ausencia de poder total lo exige. Lo virtuoso es gobernar conciliando desde el poder absoluto. La derecha requiere también de un proceso de reflexión que les permita afrontar su pragmática e ideología de la manera más sensata posible evitando que el baile de los absolutos se convierta en una apisonadora.

Javier Vega Gómez es Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid.
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