"Lo antiguo y lo nuevo", por Juan M. Roldán

11 de Abril de 2015
Opinión: "Lo antiguo y lo nuevo", por Juan M. Roldán
En política mucho oímos hablar, aquí y ahora, de lo caduco, de lo viejo, de lo que el tiempo ha superado resumido en una expresión que ha hecho fortuna, oímos hablar de la casta refiriéndose a los que, por edad y en política, hicieron posible la transición y la constitución del 78. Para los que así hablan lo que un día fue joven, lozano, lleno de fuerza e ilusión es hoy caduco, viejo y superado, lo que un día infundió energías y esperanza hoy es frustración y decadencia, lo que un día alentó ilusión es hoy desesperanza, lo que entonces era el futuro hoy es al ayer que hay que superar.
 
Es una buena formula política para sintetizar el malestar de gran parte de la población que ha visto como muchos, sin distinción de credo político, han llegado a la política para servirse que no para servir, han hecho de la política su modus vivendi que no un servicio a la comunidad y, aunque es injusto con la inmensa mayoría de los que estamos en política tan solo por nuestras creencias e ideales, no deja de ser evidente que algunos, en mi opinión demasiados, de los que han llegado a puestos de relevancia institucional efectivamente han llegado para servirse que no para servir.
 
No obstante eso es una imagen parcial y deformada, útil como instrumento dialéctico para ofrecer una nueva formula política pero que no refleja en absoluto la realidad. Con sus fallos, hoy evidentes, en aquel momento la constitución pactada ofreció una vía para la homologación política, social y económica del país con los más avanzados, en esos aspectos, de Europa.
 
No todo lo viejo es caduco, no todo esfuerzo ha sido vano, no todo lo conseguido ha sido baldío, no todo lo construido hay que derribarlo. Gracias a la constitución del 78 y a todos aquellos que la hicieron posible hoy esos jóvenes llenos de ardor reformador pueden, efectivamente, plantear sus reformas, pueden cuestionar lo conseguido, pueden mirar hacia el futuro.
 
Pero un edificio se construye desde abajo hacia arriba, se añaden ladrillos sobre los ya puestos, no se remueven los cimientos cada vez que se añade un piso, no se redibujan los planos cada vez que se cambia de albañiles. El edifico, con sus grietas y sus goteras, tiene cimientos sólidos. Cierto, requiere una reforma, cierto los viejos albañiles deben ceder su puesto a los nuevos, indudablemente mucho mejor preparados, incluso tal vez convenga llamar a nuevos arquitectos para que, con base en los sólidos cimientos existentes, reformen en profundidad el edificio.
 
Desde que el mundo es mundo las nuevas generaciones, por imperativo vital, acaban sustituyendo a las viejas retomando con renovado ardor la tarea de seguir construyendo el edificio, pero no derribándolo para volver a construir desde cero, desde los cimientos. Tienen que sustituir lo que con el tiempo ha devenido caduco, ineficaz o contraproducente, renovar lo que no sirve y conservar lo que ha demostrado su validez. Deben mirar atrás sin ira, aprender de los errores del pasado e intentar cometer los menos posibles en el futuro, pues ese futuro es suyo y serán ellos y sus hijos quienes los padezcan como nosotros hemos padecido nuestros propios errores y, en algunos casos, los de nuestros padres.
 
Permítame el amable lector que ha tenido la paciencia de llegar a este punto que acabe con unos versos de Pablo Neruda que Joan Báez, hace ya mucho tiempo, entonó en una canción cuyo genero por aquel entonces los jóvenes conocimos como canción protesta y que se llama No nos moverán, estos son los versos de Pablo Neruda y que expresan, cero yo, ese sentimiento que intento transmitir.
 
SUBE a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.
 
Juan M. Roldán
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