Cuando la calle habla: el poder de la movilización en Cataluña, por Fernando M. García

Fernando M. García Nieto
11 de Agosto de 2025
Imagen alusiva a las protestas que sacudieron Cataluña en octubre de 2019. Generada por IA
Imagen alusiva a las protestas que sacudieron Cataluña en octubre de 2019. Generada por IA

Las protestas que estallaron en Cataluña tras la sentencia del Tribunal Supremo en octubre de 2019 no fueron solo una reacción emocional. Fueron una estrategia política. El independentismo catalán supo convertir la calle en un escenario de presión, en un altavoz internacional y en un instrumento para condicionar el debate público en plena campaña electoral.

Durante más de un mes, entre el 14 de octubre y el 20 de noviembre, Cataluña vivió una escalada de movilizaciones que incluyó cortes de vías férreas, bloqueos del aeropuerto de El Prat, enfrentamientos con las fuerzas del orden y una ocupación simbólica del espacio público. Todo esto coincidió con las elecciones generales del 10N, en las que el PSOE obtuvo la victoria. ¿Casualidad? Difícilmente.

El independentismo utilizó la sentencia como catalizador para reactivar sus bases, pero también para influir en el clima político nacional. La tensión en las calles obligó al Gobierno en funciones a tomar decisiones urgentes, como el refuerzo policial y la convocatoria de reuniones con la oposición. Mientras tanto, los partidos independentistas se posicionaban: Junts per Catalunya alentaba la movilización, Esquerra Republicana intentaba desmarcarse de la violencia, y los Comités de Defensa de la República (CDR) radicalizaban el discurso.

La protesta se convirtió en un mensaje: “Cataluña no se rinde”. Pero también en una herramienta de presión electoral. El ruido en las calles desplazó el debate sobre políticas públicas, polarizó aún más el discurso y obligó a los partidos nacionales a posicionarse sobre el conflicto catalán, en lugar de sobre los problemas cotidianos de la ciudadanía.

El resultado fue una campaña marcada por la tensión territorial, por la imagen de un Estado desbordado y por la consolidación de la narrativa independentista en medios internacionales. Pero también por el desgaste social, la fractura interna del movimiento y el hartazgo de una parte de la población catalana que no se sentía representada ni por el Estado ni por los agitadores.

La calle fue útil. Pero también costosa. Y como toda estrategia basada en la confrontación, dejó heridas difíciles de cerrar.

 

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