Una historia lucentina: "La inauguración del cementerio", por Francisco López Salamanca

01 de Noviembre de 2023
Portada del cementerio municipal Virgen de Araceli
Portada del cementerio municipal Virgen de Araceli

Por aquello de que la fecha, lo pide y es preciso ceñirse a ella, debo dedicar esta 'historia lucentina' a nuestros cementerios, y más especialmente al inaugurado en la zona de la Viñuela allá por 1872.

Empiezo, pues, por el final —nunca mejor dicho—, deseando a mis lectores y paisanos en general que este tan necesario lugar de "servicio público" sea utilizado por todos lo más tarde posible.

Desde los ya lejanísimos tiempos de la Edad Media en que Lucena pasó a formar parte del reino de Castilla —hace ya casi ocho siglos— se adoptó la costumbre, como en todas las demás partes de la Cristiandad, de sepultar a los difuntos, salvo casos excepcionales y muy justificados, en el sagrado recinto de las iglesias, costumbre que se mantuvo hasta que las normas higiénicas reconocidas por fin como elementales, hace poco más de doscientos años, aconsejaron alejar los cementerios de las poblaciones. Ni que decir tiene que los decretos promulgados al respecto por parte de las autoridades políticas y sanitarias tardaron en aplicarse por la natural resistencia al cambio que solemos tener los mortales, más comprensible en un tema tan serio y definitivo como la eternidad de un descanso que a casi nadie en sus cabales hace pizca de gracia.

Así que con el acicate de lo higiénico, y ya en los comienzos del siglo XIX, habilitó nuestro ayuntamiento una parte de la amplia huerta del convento de Nuestra Señora del Valle —concretamente la parte situada detrás de la iglesia— para camposanto, quedando por entonces las iglesias como esporádica sepultura de clérigos, aristócratas o privilegiados que poseían en ellas desde antiguo derechos de enterramiento. Estaba claro que la democracia, siquiera funeraria, estaba aún en mantillas.

La circunstancia de que tanto la huerta como el convento del Valle pasaran de manos de la Iglesia a las del Estado por el método de la desamortización y luego, mediante subasta, a propiedad particular, poco después de 1836, originó no mucho más tarde ciertos graves problemas de uso del cementerio que impulsaron al consistorio a buscar un nuevo emplazamiento. A tal efecto se creó una comisión de 'expertos' que analizó diversos puntos del ruedo lucentino buscando la más idónea ubicación del nuevo y definitivo camposanto.

Un paseo por los cementerios de Lucena
Un paseo por los cementerios de Lucena

A este fin se estudió una haza en las proximidades de la ermita de la Madre de Dios de la Cabeza, al final de la calle Alamillos, cerca de la ronda, aunque finalmente fue elegida la zona de la Viñuela, por más ventilada e higiénica, como el lugar 'ideal', y se arbitraron los medio económicos para la construcción del cementerio municipal al que, como todo el mundo sabe, fue bautizado con el nombre de nuestra patrona la Virgen de Araceli.

Culminadas las obras y como la ocasión lo requería, el 5 de noviembre de 1871, según las crónicas, entre las 10 y las 11 de la mañana, tuvo lugar la solemne bendición del recinto funerario. El arcipreste, don Alonso Moreno, a la cabeza del numeroso clero asistente, revestido con severa aunque rica capa pluvial negra, ofició los sagrados ritos. Estuvo también presente, de riguroso luto en sus levitones, el conjunto de la corporación municipal presidida poe don José Burgos Sánchez. La banda de música concurrió —no cabe aquí el verbo amenizar— al acto interpretando diversas marchas fúnebres.

Cabe añadir que una lluvia torrencial quiso estar presente en aquel acontecimiento y que la mayor parte de los asistentes regresaron a sus domicilios calados hasta los huesos; frase hecha que, en esta circunstancia, viene bastante a pelo.

No tardó en cumplirse el deseo popular de la inauguración propiamente dicha, aunque entendida, por supuesto, desde el punto de vista de mero espectador y no como protagonista.

Aquella misma tarde tuvo lugar el primer sepelio, el de la joven María Josefa Vázquez Arcos, fallecida a causa de la viruela en la calle Llorente el Ciego, 18. Como pobre, fue enterrada por la cofradía de la Santa Caridad. A su entierro concurrió la música y el ayuntamiento le concedió sepultura perpetua. En su lápida consta esta circunstancia.

Francisco López Salamanca. Historias lucentinas I.

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