"Y bajó cuando nadie la esperaba. La traída en secreto de la Virgen", por Antonio Ruiz Granados

02 de Junio de 2020
Una imagen de la "traída en secreto" de la Virgen

Madrugada del sábado 30 de mayo. Entre la espesura de la Sierra de Aras y en el silencio de la noche, un leve murmullo no consigue desvelar a nadie. Lucena duerme. Con sigilo y prudencia, la Dama caminante, con falda de verdes estampados, esclavina de un atenuado color rosa, a juego con la luna, y sombrero, llega a San Mateo. Lucena sigue durmiendo.

El reloj marca las 7:30 horas de la mañana y, a la velocidad a la que laten nuestros corazones cuando esperamos una noticia, las campanas del templo principal de nuestra ciudad redoblan. Por las redes sociales ya se comenta: la Virgen está en Lucena. Incredulidad y emoción desbordada en muchos hogares. Lucena sigue durmiendo y ahora se sumerge en un plácido sueño, de esos de los que es difícil despertar. Ante el manierista retablo de San Mateo, haciendo sombra a todos los relieves, las esculturas, columnas y emblemas de éste, se ha posado la peregrina imagen de Santa María de Araceli.

Sin romería de bajada, en el más estricto de los secretos, se ha acercado, aunque nunca ha estado lejos, cumpliendo así con la petición de tantos aracelitanos que anhelaban poder buscar en sus ojos las respuestas a sus preguntas; en sus manos, el consuelo de sus pesares; en su manto, la más útil mascarilla. Para la mayoría, resulta histórica esta traída. Otros, muy pocos, quizá recuerden con poca nitidez el Lunes Santo de 1936, cuando seis hombres bajaron en andas al Ara Sagrada para dejarla, al alba, en el pueblo.

La romería de bajada de la Virgen de Araceli queda fechada en el calendario aracelitano a partir de los años cincuenta del siglo XX. Por tanto, todas las traídas de la patrona al pueblo efectuadas con anterioridad se celebraron en fechas dispares, casi siempre anunciadas con poca antelación y, a menudo, en secreto. En efecto, en 1846 se acuerda que el vecindario desconozca el día y la hora de llegada de la Virgen para proteger las sementeras del trasiego de personas y como medida preventiva contra los desórdenes que con frecuencia se producían. La devoción aracelitana también propició raptos de la milagrosa imagen en el santuario, como sucedió en 1830, y estampas de absoluto recogimiento como las traídas de 1933 y 1936, años en que la coyuntura política desaconsejó un recibimiento multitudinario.

Con mascarilla, las manos lavadas con agua y jabón en casa y gel en la calle, y estrechando la mano y dando besos a nuestros familiares y allegados con la mirada, los lucentinos de una generación que pensábamos que las únicas sorpresas que el futuro nos iba a deparar iban de la mano de la electrónica, somos testigos de uno de esos hitos que se escribirán en las historias de Lucena y de la Virgen, si es que éstas no son la misma. Con la prudencia que nos aconsejan las autoridades sanitarias pero con la alegría que inunda nuestros corazones al contemplar los majestuosos perfiles de la Madre y Señora de todo lo que nos rodea, sintámonos orgullosos de poder visitar a nuestra patrona trenzando cordones finos de corazones, eso sí, a metro y medio de distancia.

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