"Ya vienen los Reyes Magos", por Rafael Reyes

05 de Enero de 2022
 Los tres Reyes Magos en 'click' de Playmobil | Foto: A Marga (Flickr)
Los tres Reyes Magos en 'click' de Playmobil | Foto: A Marga (Flickr)

La noche de Reyes que yo recuerdo lindaba al norte con el turrón, las uvas y las campanadas, al sur con los fríos de enero, la catalítica y el brasero, al este con la cola de una hermosa estrella que caminito de Belén los guiaba desde el lejano Oriente, y al oeste con un portal en el que, al calor de una burra y un buey, San José, la Virgen y el niño esperaban el oro, el incienso y la mirra humildemente; pero no con un árbol embolado de rojo y oro parpadeando al ritmo de luces obstinadas e insolentes.

Los Reyes de aquellos años se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar; y no eran ni santos ni padres, eran unos magos que llegaban para adorar a un inocente.

Cuando yo era un niño, los Reyes venían a la grupa de camellos bonachones y pacientes, no en un trineo tirado por briosos renos de cuernas imponentes.

Aquellos Reyes, que mientras embadurnabas de caramelos tus zapatos detrás de la cabalgata llegaban taimadamente, no bajaban por la chimenea ni soltaban tres carcajadas; entraban en silencio y por una ventana corriente.

Los Reyes antiguamente te observaban todo el año y sólo te echaban juguetes si habías sido bueno y obediente; carbón si eras travieso o habías sacado algún insuficiente. A los chicos, un balón de reglamento y un Madelmán armado hasta los dientes; a sus hermanas una Nancy y una cocinita con todos sus cacharros e ingredientes. El Cinexín, los Juegos Reunidos Géiper o el Exin Castillos, sólo si habías tenido mucha suerte.

En aquellos tiempos austeros, de familias numerosas, de economía emergente, los Reyes no te dejaban lo que pedías en esa carta que metías en el buzón ingenuamente. Te traían juguetes sencillos, corrientes, que luego tú hacías mágicos derrochando una imaginación ardiente, ésa que ahora suplen las tarjetas de memoria, los microprocesadores y mil artilugios inteligentes. Juguetes que cada tarde, al salir de la escuela, compartías en tu casa, en la puerta o en el parque, haciendo amigos, aprendiendo para la vida esa materia que ya se olvida y que se llama don de gentes.

Con el correr de los años, del calendario impenitente, hoy soy yo el padre, con hipoteca y contribuyente; y por las Pascuas, el valedor de la ilusión de siempre. No hay Navidad en mi casa sin nacimiento, villancicos, polvorones y aguardiente. No hay Navidad que mi casa no espere la magia del seis de enero alegre e impaciente.

 

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