Opinión: "Las huellas de la Semana Santa", por Manuel González

El protagonismo adquirido por determinados jóvenes con espíritu cofradiero y apego a las entidades religiosas sin intervenir pretensión de manijería alguna simboliza la esperanza más fiable.

29 de Marzo de 2016
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La reivindicación de la autenticidad, el purismo y la plenitud en la santería y en las hermandades escoltó desde San Mateo el paseíllo de una Semana Santa que exige una urgente autocrítica. La pérdida progresiva de instantes que susciten emociones alerta de una tendencia paulatina en los últimos años, palpable en unas aceras que multiplican sus huecos.

El restablecimiento general de itinerarios penitenciales en los que impere el anonimato, la seriedad y la uniformidad ha de convertirse en la responsabilidad cardinal de las juntas de gobierno de las cofradías. Para ello, resulta imprescindible, en primer lugar, absorber y, luego, transmitir, el significado genuino de una procesión. Promulgar en las calles la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús conlleva un compromiso tremendamente elevado y es mucho más que participar en un simple desfile costumbrista. El cubrerrostro, la túnica, la vela, el escudo, la capa y la vara adquieren una naturaleza sagrada cuando se honra públicamente la historia cristiana.

Al justo respeto que se reclama ante estamentos civiles y fuerzas políticas lo debe preceder una escrupulosa rectitud interna. ¿Con qué legitimidad se demanda una consideración máxima hacia una evangelización devocional desmerecida en sus entrañas? Y tampoco reporta ningún beneficio establecer distinciones entre los grupos que representan a los ciudadanos en el Ayuntamiento.

La génesis y estatutos de las corporaciones semanasanteras disponen el cometido de ratificar el mensaje milenario a través de imágenes, sonidos, olores y resplandores. Huellas tales como el avemaría a la Virgen de la Estrella en su Llanete; la solemnidad preservada por el Encuentro; las magistrales marchas procesionales interpretadas por las agrupaciones Monte Calvario y la Banda Municipal de Cuevas del Becerro entre el Amor, la Crucifixión y la Paz del Martes Santo;  las extensas filas de hermanos del Silencio y de la Soledad; o la modélica conducta de la cuadrilla del Resucitado. Señales provechosas y perdurables. Frente a ello, constituiría una medida ejemplarizante y plausible la utilización de unos recogeceras que redundaría en beneficio de la convivencia social. En contraposición a otros indicadores catequéticos, la cera en el suelo se presenta como insustancial.

El protagonismo adquirido por determinados jóvenes con espíritu cofradiero y apego a las entidades religiosas sin intervenir pretensión de manijería alguna simboliza la esperanza más fiable. Vientos frescos para remediar tanto el estancamiento crónico como la preponderancia del santero respecto del hermano.

Las visiones complacientes soslayan los problemas y retardan las soluciones porque la realidad siempre termina por imponerse. El año de preparación que ahora comienza concede un tiempo precioso para proceder en la dirección correcta.   

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