La cubierta reproduce el cuadro Mujer asomada a una ventana de Caspar David Friedrich (1822), una buena imagen con doble significado: primero, el poeta se asoma por primera vez a la publicación de poesía y, segundo, la curiosidad del lector por saber qué veremos a través de la ventana, o sea, del libro.
Tras el prólogo de Joaquín Alfredo Abras Santiago, aparecen unas «Notas del autor» en las que Jaime Verdú desvela sus intenciones y desvelos, en el uso retórico de la Humilitas («El que ofrece este poemario ni ostenta la cualidad de poeta ni frecuentó, jamás, las rosaledas intrincadas, que conducen a la lírica en su más bella expresión») que trasluce sinceridad. Entre las intenciones, destaca la temática: «Es un libro cuyos protagonistas son las mujeres, la igualdad de género y sus vicios mundanos (el maltrato, la violencia y el empecinamiento por no reconocer una verdad absoluta: que todos somos iguales, sin distinción de género)».
Las estelas de versos quebrados se divide en tres partes: «Visiones», «Rencores» e «Inquietudes». La primera, «Visiones», se ocupa de poemas relacionados con la persona y parece un planteamiento de las otras dos partes; «Rencores» profundiza en este sentimiento; e «Inquietudes», la última, opta por la idea. Esto se confirma en los subtítulos que cada poema tiene, incluso cuando nos encontramos con el mismo texto en apartados distintos, como si fuera un estadio diferente de lo escrito o una manera distinta de expresar lo mismo.
Cruzaré,
los ansiados pasillos del soñar:
que lentamente surgen de la nada.
«Cruzaré (Verso quebrado con fortuna)»
Cruzaré,
ajada
en resentimiento,
los ansiados pasillos del soñar:
que cuelgan en la nada,
y levantan
en las orillas del otoñar.
«Cruzaré (Versión moderna)»
Arriba reproducimos lo que el mismo Jaime Verdú decía de su cualidad de poeta, pero lo cierto es que hallamos en él claros rasgos de poeticidad (según, por ejemplo, lo que expone García Berrio en Teoría de la Literatura), reconociendo la armonía como algo fundamental, aspecto este que Jaime Verdú consigue con acierto en el empleo de recurrencias, que consiguen cierto efecto de musicalidad que hacen grata la lectura de este libro, y que bien demuestran poemas como, entre otros, «Madre, ya es tarde», «Tal vez mañana», los citados «Cruzaré» o «Malagueando»:
Por calles y avenidas,
–malagueando–,
los verdiales ya cruzan las esquinas,
los verdiales que te cuentan,
los verdiales que se fueron,
los verdiales –verdialeros–
y sin remedio, arrastran los recuerdos,
de tardes,
–enfrascados en debates
ardientes de la joven amistad,
tan reluciente y nueva como el traje
de comunión, que duerme en el armario–,
de castañas vaporosas,
de castañas ondeando,
de castañas bien asadas,
–antes de ser amargas y malditas–.
Y, así nos lo dijo también el poeta en sus notas, la mujer, la igualdad y la violencia de género son los temas más presentes e importantes del poemario:
Yo confieso:
Ser culpable, en mi destino.
Que viviendo moría: asfixiada.
en la clausura del infierno; ahogada
en huracanes de alcohol; apuñalada
en torbellinos de celos. Moría.
Moría, al cobijo de golpes. Moría.
Tras asomarnos a la ventana de los versos de Jaime Verdú Orellana, hemos descubierto que a través de ella se pueden percibir todos los sentidos de la vida y, en especial, expresar un mundo en el que la mujer esté en condiciones de igualdad con el hombre. Jaime Verdú nos lo revela como algo por lo que vale la pena arriesgarse. Incluso a arriesgarse a se poeta.
Manuel Guerrero Cabrera