El expatriarca de Lisboa en las Fiestas Aracelitanas de 1913

08 de Agosto de 2023
El Cardenal Netto y el padre guardián del convento franciscano de Lucena en Córdoba, en 1913. Revista Aracelitana
El Cardenal Netto y el padre guardián del convento franciscano de Lucena en Córdoba, en 1913. Revista Aracelitana

El tren estaba lleno de lucentinos y pontaneses, pero solamente los primeros se apearon al llegar a la estación. Todos se quedaron muy sorprendidos, porque el recibimiento no era el habitual: autoridades civiles, eclesiásticas y militares, el clero, las comunidades religiosas, un público numeroso y curioso, y, lo que probablemente llamaría más la atención, una larga fila de coches. Y es que en ese mismo tren llegaba el cardenal Netto, José Sebastião d'Almeida Neto, portugués, expatriarca de Lisboa (aunque la prensa en ocasiones aún lo denominaba patriarca, sin ex, título al que renunció en 1907), fraile franciscano, que desde la proclamación de la República de Portugal, tuvo que abandonar su patria y trasladarse a un convento en Badajoz.

Pero aquel 3 de mayo llegaba a Lucena acompañado por el Guardián del convento de los franciscanos de Lucena, Gabriel Fernández, y por el capellán de la Virgen, Antonio Povedano, quien hacía de secretario del cardenal. En el coche del marqués de Campo de Aras se subieron el cardenal, el juez, el alcalde, el teniente coronel y el arcipreste, a fin de enfilar la comitiva. Allí todo el mundo dispuso de coche, por ejemplo, el director de El Obrero que, con un reportero de El defensor de Córdoba, se unió a los demás.

Los coches se detuvieron en la parroquia de San Mateo, donde el cardenal Netto entró bajo palio y cantando un Te Deum, para después dar a besar el anillo pastoral y agradecer tan gran recibimiento. La Virgen de Araceli llevaba un manto celeste y plata y joyas, entre las que destacó un aderezo de perlas y brillantes, donación de doña Dolores Manjón Cabeza. Posteriormente, el cardenal se desplazó al convento franciscano. Se sabe que entró por la iglesia mientras un coro de niños cantaban coplas. Y en el convento se hospedó hasta que algo antes de terminar ese mes de mayo se marchó para ir a la que sería su residencia definitiva, el convento de franciscanos portugueses de A Ramallosa, en Pontevedra.

No sabemos si el expatriarca salió a dar un paseo por Lucena a la noche. Lo hiciera o no, seguro que no pudo quedar indiferente ante el estruendo de los fuegos artificiales que hubo en la Plaza de Alfonso XII, que es la Plaza Nueva de siempre. Esta tuvo iluminación eléctrica, globos de colores de celuloide y focos de Osram que llenarían todo de luz. En cuanto a la música, fue el regimiento de Pavía, guarnición de Cádiz, quien se ocupó de ella y de la diana del día posterior, el de nuestra patrona.

El día de la Virgen, 4 de mayo, era distinto por el sinfín de carruajes y caballerías que llegaban a Lucena. A hora temprana, San Mateo ya estaba repleto de gente a la espera de comenzar la misa pontificial, que se inició con la entrada del cardenal Netto bajo palio. La cátedra fue ocupada por el canónigo lectoral de Sevilla D. Juan F.  Muñoz Pavón. En verdad, el cardenal había acudido a Lucena para oficiar de Pontifical.

A las 6 de la tarde, la Virgen apareció en la puerta de San Mateo para que se formara la procesión, que fue algo sin igual con distintos estandartes de agrupaciones religiosas y con las imágenes de San Jacinto, San Francisco de Asís, Santa Rosa, San Juan Bautista, San José, el Niño de Praga, una Virgen del Carmen llevada por alumnos del colegio de don Pedro Álvarez; luego siguieron los Hermanos Maristas, Agustinos y Franciscanos, que precedieron a la Virgen de Araceli, y tras Ella las distintas autoridades y la banda de música.

Había ruedas y castillos de fuegos artificiales en las calles, que costeaban los devotos y que ellos prendían para anunciar la llegada de la procesión. Pero la verdadera traca y luminosidad de bengalas tuvo lugar cuando sobre las 10 de la noche, la Virgen llegó a la Plaza de Alfonso XII (Plaza Nueva).

Sin separarse nunca de don Gabriel Fernández, el padre guardián del convento franciscano de Lucena, el que había sido el patriarca de Lisboa visitó el sepulcro de San Juan de Ávila (entonces beatificado) en Montilla, donde ofició una misa y confirmó el 9 de mayo; y el 17 estuvo en Córdoba para conferir las órdenes a los seminaristas.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Diario Córdoba (4-5-1913)

El defensor de Córdoba (4-5-1913) (5-5-1913) (7-5-1913) (10-5-1913) (12-5-1913)

Revista Aracelitana (31-5-1913)

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