¿Volverá Banderas a Lucena con su rey Boabdil?

21 de Enero de 2011
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Antonio Banderas, a quien solo hemos vuelto a ver en Lucena a través de la gran y de la pequeña pantalla tras la inauguración de los multicines, tiene una nueva oportunidad para visitar nuestra ciudad, ahora que está recorriendo los lugares por los que anduvo Boabdil «El Chico». Su interés por el último sultán o rey moro –o, para los más puntillosos, nazarí– estriba en la realización de una película sobre su figura y, por consiguiente, sobre su vida, que se llamará Boabdil a secas. Ambos coinciden, no sólo en la primera letra del nombre del rey y la del apellido de la estrella de cine, sino también en que pisaron, con garbo o sin él, Lucena; aunque se trate de épocas distantes en el tiempo y de motivaciones distintas.

Banderas ha visitado la Alhambra y ha estado atento a sus detalles más precisos, a fin de reproducirla en el cine con todo su esplendor medieval; es decir, pretende ser fiel en el espacio, en los lugares, en un punto del tiempo; de ahí que desde estas líneas animemos al actor-director a que nos visite de nuevo y tome nota del Castillo del Moral, donde estuvo preso, y de las inmediaciones del Arroyo de Martín González, con el fin de que le cuenten –a ser posible de la mano del fantástico Velón mágico de la Historia de Lucena en cómic– lo sucedido aquí y de la suerte del peón Martín Hurtado. Sería notable que la película no se centrara únicamente en la etapa final del sultán en Granada y las últimas luchas entre moros y cristianos, sino que abarcara desde sus ansias y sus luchas de juventud desdichadas, en contraste con las de su tío el «Zagal», y ser nombrado sultán por los abencerrajes hasta su muerte en Fez, al norte de África. No me cabe duda de que ambos personajes, rey y actor, comparten un carácter ambicioso que a uno le ha hecho quedarse en la Historia de España y a otro le hará un hueco en el cielo cinematográfico, que está tan alto como todos los cielos; sin embargo, Boabdil siempre es recordado como un llorica que suspiraba en lo alto de la colina granadina del Suspiro del Moro con su malévola madre, que debió de ser de armas tomar, hiriéndole con las palabras que todos sabemos. Yo no me creo esta historia, pues, como he comentado anteriormente, el sultán nazarí –o moro, para los más puntillosos– era ambicioso y se fue al norte de África colmado de las riquezas que consiguió con la capitulación (o contrato de compraventa) de Granada –para darse una vida a cuerpo de rey, aunque ya no lo fuera–, dejando olvidados a muchos de su raza y de su religión en Granada y lo que hoy es su provincia, especialmente en las Alpujarras, donde tuvieron que vérselas desamparados y acabaron asesinados por las revueltas que ocasionaron, mientras que a su sultán le importaba bien poco lo que pasaba ya a este lado de las Columnas de Hércules. Por esto mismo, espero que Antonio Banderas recree al primer Boabdil y que, al contrario que este, venga de nuevo, y por algo bueno, a Lucena.
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